Hoy
hace trece años que la vida me hizo un gran regalo, nació mi hijo pequeño. Desafortunadamente
hay recuerdos que empañan ese maravilloso momento. En mi primer embarazo tuve
problemas a las 35 semanas y tuvieron que inducir el parto, mi hijo mayor,
Miguel, nació en Bélgica y en un hospital público donde tuve el mejor nefrólogo
que he conocido hasta la fecha.
Todo
trascurrió sin problemas y no sufrí nada ya que programaron todo, hasta la
epidural. Mi papá solía decir que nunca nos dejásemos tocar los quistes, que a
mi abuela habían intentado “ayudarla” pinchando los quistes del riñón en su
época para ver si así la poliquistosis mejoraba y eso le había traído muchísimas consecuencias,
ninguna buena. Siempre decía que no se pensaba dejar abrir, ni tocar, ni
experimentar por ningún médico y supongo que aquellas palabras suyas siempre
las tuve muy presentes.
Dicen
que la mejor manera de aprender las cosas es sufrirlas y aquel día se quedó
conmigo para el resto de mi vida por otro motivo.
El caso
es que cuando nació Daniel, nosotros estábamos recién trasladados a Buenos
Aires y yo no tuve más remedio que ir a un ginecólogo que me recomendaron en el
trabajo de mi marido.
Muy
bueno, con muchísimos años de experiencia y de una clínica que costaba un ojo
de la cara y que gracias a Dios mi seguro privado cubría.
Para mi
sorpresa el ginecólogo me dijo que la clínica no contaba entre su personal con
un nefrólogo. Así fue como quien me atendió en Buenos Aires junto con mi
ginecólogo fue un cardiólogo fascinado con la enfermedad renal y que estudiaba
para ser nefrólogo.
Cuando
a las 35 semanas de nuevo mi embarazo comenzó a dar problemas pedí que me
indujeran el parto, como con el mayor y para mi sorpresa se negaron. Al parecer
no había otra opción que la cesárea. Me prepararon y me bajaron a quirófano a
medio día, eran casi las seis de la tarde cuando el médico me dijo que iba a
sacar a mi hijo y yo no podía ser más feliz. Estaba tranquila, todo iba bien y
yo me moría de ganas de verle la carita a mi bebé.
Mientras
miraba a mi bebé y pensaba en cuánto se parecía a su abuelo un dolor horrible
me recorrió entera, como si me hubieran clavado un cuchillo y no pude evitar
dar un grito tremendo.
Retiraron
a mi hijo y escuché a los médicos hablar, cuchichear más bien:
-colócalo,
rápido, rápido
-denle anestesia,
duérmanla
Y al
ginecólogo, para tranquilizarme supongo, no se le ocurrió otra cosa que asomar
la cabeza tras la sábana que separaba mi cuerpo de mi vista y que me evitaba
enterarme de qué estaba sucediendo y decirme:
-Tranquila,
enseguida terminamos… sólo hemos tocado el riñón un momentito para observar los
quistes y el tamaño.
No se
si hace falta que explique lo que sentí y pensé en aquel momento. Imaginé en un
par de segundos de todo, mientras me retorcía en la camilla, gritaba y mordía,
escupía y no les dejaba ponerme la mascarilla con anestesia.
Entendí
entonces porqué me habían atado los brazos a unas barras agregadas a la camilla
y me asusté.
Lo
único que quería era salir de allí, ver a mi marido y estar con mis hijos.
Mientras
me imaginaba sedada y ellos estudiándome a su antojo y a mi familia le decían
que estaba muerta. Me imaginaba cosas horribles y por un instante pensé que me
daría cualquier cosa.
Nunca
jamás me alegré tanto de ver unas luces de hospital como las que recorrí en el
pasillo del quirófano a la zona de recuperación.
Para
cuando llegué a la habitación estaba tan asustada y tan drogada que mi marido
no entendía lo que me pasaba y tampoco el motivo por el que entre sueños le
suplicaba que no me dejara dormir. Me negaba a cerrar los ojos, por si volvían
a buscarme.
Recién
al día siguiente pude contarle lo que me había pasado, para entonces tenía a mi
pequeño en la incubadora intentando salir adelante y mi vida tenía un nuevo
sentido.
Con mis
24 años ni se me ocurrió pensar en denunciar ni protestar… lo único que hice
fue ponerme bien lo antes posible, salir del hospital y dedicarme a mi recién
ampliada familia.
Tal vez
por eso aún a día de hoy siempre tengo sentimientos encontrados en esta fecha.
Al
menos tengo algo claro, valió la pena.
Buenas tardes Eva, las personas no tenemos conciencia de lo mucho que podemos resistir, pero en el caso tuyo concreto viviste una historia que te magnifica como persona pero especialmente como madre.
ReplyDeleteA medida que voy conociendo hechos que han transcurrido en tú vida, interpreto que eres una persona con fuerza de voluntad, de persistencia y de lucha y esto se ve reflejado en tú rostro. Un rostro que desprende alegría, estabilidad emocional, actitud mental positiva, en definitiva, felicidad, porque la felicidad no es ausencia de problemas, sino la habilidad de salir adelante con ellos. Mis felicitaciones por todo ello. Saludos!!!