Tuesday 18 May 2010

SE LLAMABA LIS

Nos conocimos una primavera, rodeados de los ecos de bandurrias, panderetas y las voces de los amigos comunes, en las fiestas. ¿Lo recuerdas? El vertiginoso recorrido de mis ojos a lo largo de tus piernas me dejo ensimismado. ¡Eras tan alta! Recuerdo que pensé lo que debía ser sentir aquellas piernas, enfundadas entonces en unas alpargatas con cintas de seda roja, rodeando mi cintura. Tu mirada me dijo que provocabas y que eras consciente de ello. Yo ni pude, ni quise, dejar de responder a tu juego de seducción.

Especialmente disfrutaba cuando llegaba a casa y me recibían los aromas de tu receta de solomillo con boniato confitado. Sabía no sólo que comeríamos excelentemente, sino que el postre sería lo mejor. A veces jugabas a ser la Emperatriz Josefina, dueña y señora de Malmaison y yo me convertía en tu Napoleón.
— ¿Sabes?-me dijiste una vez pestañeando y sonriendo provocativamente.
— Ellos fueron muy felices en aquella casa. En sus fiestas el tubérculo, que ella cultivaba en su huerto, corría como el caviar entre los amantes por considerarse un estimulante de la pasión.
Yo simplemente te dejaba hacer. Me gustaba dejarme envolver por tus juegos y disfrutarlos.

El sexo era siempre una aventura. Tenías cientos de pequeños rituales que terminaban convirtiéndose en pequeñas pistas anunciando lo que estaba por suceder. Unas veces eran silencios, otras veces una sonrisa, a veces una caricia… eran tantas que finalmente perdí la cuenta pero jamás las olvidé.

Hoy vengo a despedirme. Ya ves que apenas levantarme de tu lado puedo. Es la última vez que te traigo flores. Hace días que vengo presintiendo que ha llegado la hora. ¡No sabes las ganas que tengo de volver a sentir tus besos y volver a decirte te quiero!
— Hasta pronto mi dulce Lis.

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