Tuesday 18 May 2010

LA DOMINICANA.

Tania fue la última niñera que contraté en Santo Domingo. Todo lo que me había contado de ella, la persona que me la recomendó, me pareció cierto nada más verla. Una jovencita negra, de ojos oscuros y algo regordeta. Una mujer que simplemente por su color no tendría apenas posibilidades de una vida mejor en aquella extrañamente organizada sociedad Dominicana, donde los cargos, riqueza y poder van estrechamente ligados al color de la piel. Una clasificación puramente descendente comenzando por el blanco.
Tania pasó los primeros meses con nosotros creando su propia rutina. Siempre descalza y con su bata de rayas. Su día transcurría de su cuarto a las labores de la casa y el cuidado de los niños y de nuevo a su cuarto. Apenas nos hablaba y no le gustaba salir a la calle. Cuando su bonhomía le permitía conversar conmigo lo hacía sin mirarme a los ojos. Me frustraba el hecho de saber que en aquel país simplemente por ser europeo o americano eres considerado casi un dios. Pura entelequia para mí pero la realidad para los dominicanos acostumbrados a ser pisoteados sin rechistar. Por eso me gustaba tanto observar su felicidad de lejos. Un pueblo dominado pero aparentemente feliz.

Un día le comenté que regresábamos a España. La angustia transformó su cara y las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas mientras susurraba que dónde iba a encontrar ella otra familia. Justamente el mejor recuerdo que tengo de Tania es la sonrisa de felicidad que se dibujó en su rostro cuando le pregunté si deseaba venir con nosotros.

No comments:

Post a Comment