Tuesday 18 May 2010

EL JUEGO

Cuando hasta las olas dormían, ella acudía a sentarse sobre su roca.
Amaba el mar y le gustaba observar el reflejo de la luna y las estrellas sobre la superficie. Sentía el agua salpicando su cuerpo, tirando de ella con fuerza y a la vez percibía los olores de tierra firme que la transformaban.

A veces el horizonte se confundía con el cielo haciendo difícil descubrir donde terminaba uno y comenzaba el otro. Jugaba a contar estrellas y a cada estrella contada le soplaba un dulce beso y un deseo de su corazón. Su risa se escuchaba entonces en los más insospechados rincones…
Cuando los amaneceres pintaban de rojo el firmamento y los primeros rayos de sol alumbraban el día, ella regresaba a casa.

A él le gustaba visitar de vez en cuando aquel rincón retirado de su costa. Aparcaba su coche y se sentaba sobre la verde hierba para fumarse un cigarro y relajarse.
Estaba seguro que no eran locuras suyas y que, de vez en cuando, el mar le regalaba el eco de una risa que le embargaba.
No hubiera podido explicar cuánto disfrutaba de aquellos momentos en soledad.

Muchas veces le había parecido imaginar que una hermosa sirena le sonreía desde aquella roca que tanto le atraía y que más bien parecía ser un pedazo de estrella caído al mar frente a la costa, abandonado en la inmensidad del océano.

El silencioso amanecer, su belleza y la luz del sol le acompañaban hasta que regresaba a casa.

Pero un día, sus miradas se cruzaron y él supo que ella era real y ella que él existía.

Y desde entonces, cada noche, ninguno de ellos faltaba a su cita, conversaban con las miradas, confesándose sus deseos con el pensamiento e imaginando que estaban juntos.
En ocasiones les parecía que eran capaces de amarse y disfrutarse mutuamente.
Aquellos escasos instantes que la realidad los unía, olvidaban la irrealidad del juego que los envolvía.

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