Tuesday 25 May 2010

EL ÉXODO.

Ella lloraba desconsoladamente y yo no era capaz de articular palabra. Recuerdo el cálido abrazo, el silencio compartido y la sensación de rabia e impotencia. Intentaba ponerme en su lugar, pero me era sencillamente imposible.
Era su hijo el que partía para España y aunque a mí me pareciera una buena oportunidad para labrar su futuro y prosperar , el dolor de ella estaba profundamente arraigado.

Sollozando lamentaba el éxodo constante en su familia a través de las generaciones pasadas y según ella temía, futuras.

Silencio, porque habría sido estúpido por mi parte intentar alegrarla contándole cuán diferente era tener que dejar tu país ahora que cuando sus antepasados habían llegado a aquellas tierras. ¿Acaso serviría de algo contarle que hoy existen los mails, el Messenger, las webcams y demás? Insistía en que la vida se lo quitaba, pero jamás perdería la esperanza de que el bebé que su nuera pariría en España quisiera volver a sus raíces.

Algo más tranquila y compartiendo un delicioso mate dulce de los que ella siempre preparaba volvió a contarme como sus abuelos habían llegado, sin nada, partiendo de España, para intentar dar una vida mejor a sus hijos, al hoy pintoresco barrio de La Boca, que no era así cuando ellos llegaron, aunque sí había sido la cuna de la felicidad para ellos y había logrado integrarlos entre los Bonaerenses de entonces.

Italianos, Españoles, incontables europeos que habían sido acogidos por los Argentinos y a los que Buenos Aires convirtió en Argentinos en la misma medida que ellos habían convertido Buenos Aires en una ciudad Europea.

Nadie había sido racista en aquel entonces, todos más o menos habían prosperado, habían fundado empresas con su arduo trabajo.

Lloraba nuevamente... me miraba desconsolada, aquella mujer que rondaba los 60 años y me había adoptado de hija a mi llegada a Buenos Aires y yo a ella de abuela de mis niños, provocaba en mí un profundo sentimiento de culpa.

Yo que había ido a visitarla aquella tarde con la intención de comunicarle que debido a todos los problemas, los secuestros, los robos, la inseguridad habíamos decidido regresar a Madrid tuve que guardarme mis palabras.Ya encontraría el momento adecuado.

Pero entonces comprendí que nuestros éxodos eran completamente diferentes, eso era lo que provocaba en mí aquel sentimiento, él buscaba un futuro mejor en unas circunstancias extremas, se marchaba tal y como un día sus antepasados se marcharan de España, pero a mi me constaba que él no sería recibido por nuestros compatriotas con los brazos abiertos como otrora hicieran los argentinos con los inmigrantes europeos.

Tristeza y vacío, dolor y sufrimiento... yo sabía que tendrían que enfrentar muchas cosas en su nuevo hogar, a pesar de ser afortunado por tener pasaporte español, porque en el momento que abriera la boca... sería un argentino más en España, de aquellos que huían como ratas de su país, con toda la mala fama que los acompañaba. Poco importaría que en Buenos Aires fuera director de la empresa familiar.

Todo lo contrario a mí, una española regresando a su tierra, que había tenido la fortuna de viajar y que pronto se sentaría en una cálida oficina para realizar un trabajo que había conseguido no por sus estudios universitarios, que no había querido seguir, sino por entre otras cosas ser una española rara con una larga historia de éxodos voluntarios y deseados en los que había aprendido idiomas.

Han pasado cerca de 8 años desde entonces, efectivamente el hijo de Veruca no logró prosperar en España, pero regresó a su Argentina natal tras el corralito, cuando las cosas comenzaron a estabilizarse de nuevo, y vive feliz con su mujer y su hijo dentro de las posibilidades que les ofrece su país.

Veruca, fue una abuela postiza y me adoptó de hija cuando yo no conocía a nadie y jamás dejó de serlo. Hoy tanto ella como yo soñamos con el querido reencuentro...

Porque a veces aunque nos marchamos de un lugar, nunca nos vamos del todo.

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